viernes, 3 de junio de 2011

Mis videojuegos nefrundos: The Great Waldo Search.

Resulta muy sencillo recordar los buenos videojuegos, esas joyas, pequeñas o grandes, que han alegrado nuestra vida, nos han emocionado, entretenido o hecho segregar adrenalina. Sería muy fácil escribir sobre Symphony of the Night, Street Fighter II o Shining Force.

Pero yo no estoy aquí para eso. Estoy aquí para rememorar los juegos MALOS, con mayúsculas, esos pedazos de mierda que nunca deberían haber existido, el equivalente lúdico al liquidillo que queda en el fondo de los contenedores de basura, y que por pura casualidad o por atracción hacia lo cutre he llegado a probar.






Mi historia personal con The Great Waldo Search, el juego de ¿Donde está Wally? para Megadrive es peculiar, y está extrañamente entrelazada con un juego muy superior, Dragon Ball Z: L'Appel du Destin. Retrocedamos al mágico año de 1994, cuando la guerra SEGA-Nintendo estaba en su punto álgido: el MegaCD acababa de salir y se enfrentaba a los cartuchos con el Chip Super FX de SuperNES, la publicidad de ambas compañías metía puñaladas al rival día sí, día también ("Supernintendo, el Cerebro de la Bestia" vs. "¿Desde cuándo las bestias tienen cerebro? Megadrive de SEGA"), y la salida de algunos juegos era usada como arma entre los fans de una u otra consola para atacar al rival. Con ese ambiente, y teniendo en cuenta que además era el momento de máxima popularidad de Dragon Ball, la salida de un juego basado en ese anime era directamente artillería pesada.

La batalla en ese aspecto la iba ganando Nintendo: Dragon Ball Z: Super Butōden, el primer juego de lucha de la serie en Supernintendo, incluso llegó a Europa en un perfecto gabacho. Eso hacía que a los segueros nos comieran los demonios de pura envidia. Pero en un determinado momento se anunció que, junto a Super Butōden 2, saldría un juego de Dragon Ball para Megadrive. El regocijo y la seguridad ciega y testaruda de que sería mejor juego que cualquiera de SuperNES cundió por la chavalería seguera.

En aquel entonces tenía un conocido, seguero como yo, que se caracterizaba por un par de cosas. Primero, tenía pasta; la suficiente como por ejemplo para tener un MegaCD en aquella época, que era un artículo de lujo. Segundo, no tenía paciencia. Ninguna paciencia. Aunque las fuentes de información de la época (básicamente, la lamentable Hobby Consolas, y las todavía más tristes MegaSega y SuperJuegos) aseguraban que la salida del ansiado juego en España era inminente, él quería el juego YA. Así que se pagó a una tienda de importación barcelonesa 15000 pesetazas de entonces por cartucho japonés. En el par de semanas que tardó en llegar el juego, no dejó de alardear y de dar la murga con lo estupendo que era y con que iba a poder disfrutar de él antes que nadie.

Juro que hubiera pagado por ver la cara que puso cuando abrió el paquete y vio que no le habían enviado el juego de Dragon Ball, si no un juego de Wally. El tío intentó reclamar, pero la tienda se esfumó en la nada, probablemente con un buen pellizco de los incautos que estafaron. Al cabo de un par de meses el deseado cartucho salió en toda Europa bajo el nombre de Dragon Ball Z: L'Appel du Destin, y lo compré por 6000 pesetas en una tienda de informática que estaba a 200 metros de mi casa. Al final, resultó ser un buen juego, pero inferior al Super Butōden 2 de Supernintendo.

La cuestión es que gracias a la desgracia de este chaval, pude probar el juego que nos ocupa: The Great Waldo Search. Wally (Waldo en EEUU, vaya usted a saber por qué) también era popular a su manera en esa época: eran los típicos libros que te regalaban los parientes que no tenían muy claro que edad tenías ya y suponían que un libro lleno de dibujines en los que buscar a un turista british con pinta de gilipollas a rayas tenía que ser, OMG, entretenido y educativo a un mismo tiempo. Un coñazo supino, vamos.

A alguien a en THQ se le ocurrió que hacer un videojuego de Wally sería una buena idea y que tendría un exitazo comercial. Posiblemente, la misma mente aguda que tuvo la ocurrencia de los juegos de Barbie o de la Cherry Coke. Es decir, que como era de esperar el juego es un despropósito de narices.

Entrando en harina, al meter el cartucho (o su equivalente, ejem, que ya nos conocemos) empieza a sonar una musiquilla absolutamente irritante, compuesta por un tal Jeff Barry. No es que me haya molestado en buscar este dato, no, es que te lo sueltan al empezar el juego. Luego, tras los créditos iniciales y sin dejar de sonar en ningún momento la musiquita de marras, aparece un mago (que atiende al original nombre de Barbablanca, si mal no recuerdo) y nos deja seleccionar el nivel de dificultad, normal o experto, o ir directamente a la fase de los mil Wallies. Que no os lleve a engaño, la dificultad es exactamente la misma, escojamos lo que escojamos.

Tras esta dura elección, tendremos a nuestra disposición la increíble cantidad de cinco niveles distintos en los que buscar a Wally y otras pijadas. Y digo increíble porque no me puedo creer que tuvieran la cara dura de implementar sólo 5 niveles: de aquellas había ya como unos 3 libros en la serie, y cada uno de ellos tenía entre 10 y 15 láminas. Genial. Además todos los niveles escogidos se corresponden al 3º libro, ¿Dónde está Wally? El viaje fantástico, y no cubren toda la lámina en la que se inspiran, si no que para ahorrarse el scroll vertical se limita a una franja horizontal elegida con bastante poco tino.

En fin, elegimos una fase cualquiera, y lo que nos encontramos es, efectivamente, una franja horizontal de colores chillones que no aprovechan ni de lejos la paleta que podía ofrecer la Megadrive, con animaciones ortopédicas y bastante molestas. Casi tanto como la música, que tras 10 segundos de soportarla y darte cuenta de que ya está en bucle, dan ganas de apagarla... pero no puedes, porque hay un elemento del juego que requiere sonido, del que hablaré más adelante.

La mecánica jugable es sencilla como el mecanismo de un chupete: básicamente consiste en señalar con un cursor en forma de lupa una serie de chorradas, antes de que se agote el tiempo. Entre estas se cuentan el propio Wally, cuya búsqueda y captura supone un reto de una dificultad equiparable a rascarse una oreja o echarse una siesta viendo una película de Kieslowski. Y luego dicen que los juegos antes eran difíciles. También podemos encontrar marcadores que nos dan puntos (que obviamente, no tienen utilidad alguna), pergaminos, a Woofis el perro, relojes que nos dan algo más de tiempo para acabar cada nivel y otros relojes absolutamente indistinguibles de los anteriores.




Como podeis ver, Wally se funde en el escenario cual ninja.

Estos últimos son el detonante de lo que en mi opinión es lo más horroroso del juego: al elegir uno de estos, deja de sonar la música y una voz nos da pistas de algo que tendremos que encontrar en la imagen antes de poder continuar con la partida. El problema es que la el actor de doblaje parece que iba borracho y con dos polvorones de la Estepeña en la boca en el momento de grabar las voces, y además están mal digitalizadas. Así, más que una pista es un galimatías desesperante que se repite una y otra vez, hasta que llega la inspiración divina y consigues entender que cuernos dice y puedes seguir con la ardua tarea de buscar a Wally.

Elegir a Woofis, la mascota con problemas psicomotrices de Wally, hace que entres en el nivel de bonus más horrendo de la historia del videojuego: el animalillo, montado en una alfombra voladora y con movimientos espasmódicos de cola y orejas, va recogiendo huesos en un escenario con un colorido que hace sangrar los ojos. Cada hueso que atrapas, te da unos cuantos e inútiles puntos.




El nunca lo haría.


Para terminar la agonía que supone cada nivel, sólo hay que encontrar el pergamino y a Wally. Una vez pasamos los cinco niveles iniciales, accedemos al nivel de los Wallies, en el que tenemos que distinguir al verdadero entre un montón de burdos imitadores. Wally, como buen turista británico de clase baja, se ha puesto ciego de sangría a lo largo del viaje, y del colocón ha perdido uno de sus zapatos, siendo esta la única manera de distinguirlo de los imitadores.

Y ya. Encontrar los pergaminos y a Wally en estos seis niveles nos puede llevar como mucho 5 minutos, tras lo que nos aparece una pantalla en la que el hortera a rayas y su colega de la tercera edad nos dan la enhorabuena por nuestra proeza y nos dicen que "intentemos otro reto". Con eso supongo que querían decir que abriéramos la ventana y comprobáramos cuan lejos se puede lanzar el cartucho, y luego probáramos con un juego decente como el Gunstar Heroes o el Sonic 2.

Desconozco el éxito comercial de este truño, pero supongo que sería escaso tirando a nulo. Hoy en día no jugaríamos a esto ni aunque fuera un juego en flash de Facebook, y no sé que clase de gente compraría el juego en su momento. Supongo que padres incautos que se tragaban los panfletos de psiquiatras sensacionalista que decían que cualquier videojuego que no fuera extremadamente moñas conducía a los críos al desorden, la hiperactividad y el satanismo. En cualquier caso, uno de los peores juegos que he tenido la desgracia de probar.